Finalmente, estoy en casa. Después de trabajar hasta tarde, terminé
un proyecto que mi jefe me estaba presionando para que terminara. Lo
valía, pensé, porque tenía un gran día adelante mío. La parte por la
cual estaba más excitado era ver a mi hijo. Al fin había ganado la
batalla por la custodia contra mi ex esposa y realmente ahora podría
verlo. Arreglé mi viejo dormitorio para invitados, aunque se veía suave
en todo el blanco. Pensé que íbamos a tener tiempo después y él podría
hacer todos los cambios que quisiese. Subí pesadamente por las escaleras
y cuando finalmente él oyó que estaba ahí, me llamó rápidamente a su
habitación.
—¡Papi no puedo dormir, hay un monstruo en la ventana!
Monstruos, mmm, que original.
—No te preocupes, son sólo las ramas de los árboles balanceadas por el viento ¿ves?
Le apunté a la rama que estaba golpeando contra la ventana. Confió en
mí lo suficiente como para calmarse y le di un beso de buenas noches.
Al fin, tiempo para dormir, apenas si podía ver correctamente en este
punto. Caminé a través del pasillo y caí en mi cama. Tenía suficiente en
mi cabeza como para andar lidiando con monstruos. Tenía que ir con el
mañana a la escuela a que lo inscribieran, le tenía que comprar su
uniforme, no podía pensar correctamente. En ese momento lo escuché
llamándome de nuevo. Vamos, amo a ese chico y todo, pero ¡necesito
dormir!
—¡Papi, el monstruo está de vuelta! —chilló.
Miré hacia la ventana: nada, más que las ramas del árbol. Caminé
hasta allí y se lo mostré, abrí la ventana y me di vuelta hacia él.
—¿Ves? Nada más que el árbol, te lo dije, ahora vete a dormir tienes escuela en la mañana.
Todavía estaba un poco asustado por lo que podía ver, pero que podía
hacer, estaba demasiado cansado. Otra vez, caí en la comodidad de mi
cama. Entonces escuché un llanto y ya tuve suficiente.
—Está bien, dormiré en tu cama contigo, si ves algún monstruo, sólo agárrame fuerte.
Caminé hacia su cuarto, retiré su sábana roja y me arrojé al lado del chico.
Mientras estaba acostado, ojos cerrados, mi mente empezó a imaginar.
¿No compré sábanas blancas para esta cama? Miré el cuello degollado de
mi hijo y me di cuenta de mi error. Ahí es cuando oí al monstruo,
excepto que no estaba golpeando la ventana; fueron sus pasos desde la
ventana abierta. No pude evitar reír, ¿cómo no me di cuenta de que no
hay árboles en mi jardín?
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